Estas siendo formando en la imagen de Dios

Semillas de Verdad: Desde Génesis hasta Apocalipsis

Por Mike Harding

 Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno…Y creó Dios los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que era bueno…Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así. E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno. Génesis 1:11-12, 21, 24-25

 Uno de los primeros principios que Dios nos muestra en la Biblia es que todo se reproduce según su especie. Dios lo diseñó de esa manera. Físicamente, a través de la biblioteca de información conocida como ADN, todo se reproduce y se duplica a sí mismo. Pero funciona espiritualmente también. Dios quería que entendiéramos esto. ¡Así que lo dijo DIEZ VECES antes de que nos diera el capítulo uno versículo 26 de Génesis!

 Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Génesis 1:26-28

 Después de que dejó en claro que todo lo creado se reproduce según su especie, entonces Dios dijo la cosa más sorprendente: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...” Dios quiere que entiendas que eres un ser muy especial e importante, creado con un propósito muy especial.

 Hace muchos años, el Espíritu Santo llamó mi atención hacia dos palabras en Génesis 1:26: “hacer” y “crear”. Él me inspiro a buscar el significado de estas dos palabras y a considerar la diferencia de sus significados. La palabra “hacer” puede implicar un proceso a largo plazo o un proyecto que tiene un principio y un posible final. La palabra “crear” por lo general implica un acto inmediato. Es hecho en ese momento. Entonces, ¿por qué Dios usó estas dos palabras diferentes para hablar de la creación del hombre? Yo creo que es porque Dios primero nos creó instantáneamente a su imagen, y él quería que entendiéramos que somos seres muy especiales con un destino muy especial. Pero no había terminado con nosotros en la creación. Aún habría un proceso de conformarnos a su imagen. Sería un proceso de crecimiento, madurez y transformación. Sería un proyecto a largo plazo.

 Yo no quiero decir que lleguemos a ser exactamente iguales a Dios. Dios no fue creado por nadie. Él es todopoderoso, omnisciente, eterno y auto-existente. Su nombre, más o menos traducido como Jehová, significa el “YO SOY”, el auto-existente. Es evidente que somos seres creados, que dependemos de él para siempre. Pero él nos hizo para un propósito muy especial. Existimos para convertirnos en su familia, sus seres queridos. Nosotros existimos para satisfacer su deseo de amar y ser amado. Pero nosotros no somos robots. Él nos dio libre albedrío. Podemos elegir amarlo o huir de él. Podemos optar por aceptar nuestro propósito dado por Dios, o rebelarnos en su contra. ¿Por qué él nos da una cosa tan arriesgada como el libre albedrío? Es porque el amor no tiene sentido si se impone o se requiere de ti.

 Pero el libre albedrío sí causó problemas. Dios sabía que lo haría. La humanidad desobedeció a Dios rápidamente. La naturaleza del hombre cayó en pecado y se corrompió. La imagen de Dios fue dañada.

 Pero Dios estaba preparado. Él tenía un plan para salvarnos, para redimirnos, para restaurarnos a su imagen. Pero tendríamos que elegir. Tendríamos que creer y aceptarlo.

 Entonces podemos entender que la meta de Dios o el proyecto de “hacernos a su imagen” requiere nuestra cooperación. ¡En realidad, requiere nuestro permiso! Y si le damos nuestro permiso, si cooperamos, ¿En qué nos convertiremos? ¿Cómo seremos? Esa respuesta se encuentra en tres versículos del Nuevo Testamento:

 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Colosenses 1:15

 …en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. 2 Corintios 4:4

 …el cual, siendo el resplandor de tu gloria, y la imagen misma de tu sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de tu poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. Hebreos 1:3

 Todos estos tres versículos nos dicen que el hombre Jesucristo es la imagen de Dios. Si estamos destinados a ser hechos a imagen de Dios, ¡vamos a ser como Jesús! Claramente, eso no es algo que podemos hacer por nosotros mismos. Es la obra de Dios. Es el milagro de Dios. Es la gracia y el poder de Dios obrando en nosotros, si aceptamos este llamado y propósito.

 Dios es una trinidad, es decir, un ser trino. Él es un ser de tres partes, sin embargo, él es Uno. Si él te hizo a su imagen, ¿entonces eres tú un ser de tres partes también? Sí, ¡lo eres!

 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.                  1 Tesalonicenses 5:23

 Eres una persona, con tu propio nombre e identidad, pero, al igual que Dios, tiene tres partes bien diferenciadas. Eres una trinidad.

 ¿Quién es Jesucristo? Él es la segunda Persona de la Trinidad, que vino al mundo hace dos mil años. Él nació sobrenaturalmente de una virgen llamada María. Creció como un hombre, un miembro de la raza humana a la que él mismo había creado. ¡Se hizo como nosotros, para que pudiéramos ser como él! Él murió en la cruz por nosotros y resucitó de entre los muertos. Después, él fue glorificado como un hombre, inmortal, vivo por siempre... ¡como un hombre! ¡Él es el hombre que también es Dios! Cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre...” las tres Personas de la Trinidad estaban hablando entre ellos. Dios estaba diciendo que su destino para nosotros iba a ser que fuéramos como Jesús, si aceptamos el llamado. Nos convertiríamos en su familia eterna. El rey David, quien también fue un profeta, escribió sobre esto en el Salmo diecisiete:

 En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza. Salmo 17:15

 David estaba diciendo que aquellos que confían en el Señor serán resucitados, que verán su rostro, y cambiarán totalmente a su imagen en la resurrección.

 El mismo pensamiento se expresa en las cartas de Pablo a los Corintios y a los Filipenses:

 Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. 1 Corintios 15:49

 Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria tuya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. Filipenses 3:20-21

 Pero el destino de ser como Jesús no sólo se refiere a nuestro cuerpo. Se refiere en mayor parte a nuestra naturaleza y nuestro carácter. Vamos a ser como Jesús en muchos aspectos importantes. Vamos a pensar como Jesús, hablar como Jesús, amar como Jesús, vivir como Jesús, y ministrar como Jesús.

 Un día, algunas personas religiosas estaban tratando de atrapar a Jesús a decir algo que pudieran usar en su contra. Ellos le preguntaron sobre el pago de impuestos al emperador romano, que era requerido pero impopular. Su respuesta fue prudente, pero también fue profética.

Y acechándole enviaron espías que se simulasen justos, a fin de sorprenderle en alguna palabra, para entregarle al poder y autoridad del gobernador. Y le preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y que no haces acepción de persona, sino que enseñas el camino de Dios con verdad. ¿Nos es lícito dar tributo a César, o no? Más él, comprendiendo la astucia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Mostradme la moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción? Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y no pudieron sorprenderle en palabra alguna delante del pueblo, sino que maravillados de tu respuesta, callaron. Lucas 20:20-26

 Cuando Jesús preguntó de quien era la imagen en la moneda, él también estaba enseñando una lección espiritual. Si aceptas tu llamado a llevar la imagen de Dios, irás a Dios al final. Si rechazas a Dios y llevas la imagen del mundo (César), entonces perteneces al mundo caído. Vas a ir a donde va el mundo.

 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Romanos 8:29

 Pablo escribió que Dios predestinó a los que de antemano conoció a ser transformados a la imagen de Jesús. Yo creo que Dios nos conoció de antemano a todos nosotros, y que él nos predestinó a todos nosotros. Jesús murió en la cruz por todos nosotros. Él pagó por todos nuestros pecados. Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo. (Joel 2:32, Hechos 2:21, Romanos 10:13), pero debemos llamar su nombre individualmente. Debemos creer. El evangelio debe ser predicado para que la gente pueda llamar en su nombre con fe.

 En el momento en que invocas el nombre del Señor para la salvación, tu destino es activado. El Espíritu de Dios entra en tu corazón. Él comienza a trabajar para que te amoldes a la imagen de Jesús, como tú lo permitas y cooperes con él. El Espíritu Santo viene a enseñarte, a capacitarte y a transformarte.

 Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios 3:18

 Cada vez que pasas tiempo en oración, cada vez que pasas tiempo leyendo la Biblia, cada vez que pasas tiempo adorando al Señor, eres transformado. El Espíritu del Señor te está revelando a Jesús, revelando el corazón del Padre para ti, y transformándote a su imagen. Tú cambias de gloria en gloria. ¿Qué significa esto? Pasas de un nivel de gloria a otro nivel de gloria. Pasas de una medida de gloria a otra medida de la gloria. ¡Sucede cada vez que tienes un encuentro con Jesús!

 Y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno… Colosenses 3:10

Pablo nos enseña a ponernos nuestra nueva identidad aprendiendo quiénes somos en Cristo. A medida que aprendemos más acerca de Jesús, a medida que aprendemos más sobre el corazón de Dios, a medida que aprendemos más acerca de quiénes somos llamados y destinados a ser, somos renovados. Nos volvemos más conformes a la imagen de Dios, nuestro Creador.

Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 1 Juan 3:2

 El apóstol Juan escribió que “cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” Cuando Jesús se revele desde el cielo en la resurrección, le veremos como él es. De inmediato seremos como él en la vida de resurrección y gloria. Sin embargo, hay otro significado de este versículo. Es el siguiente: Cada vez que vemos a Jesús como él es, llegamos a ser más como él. Cada vez que tenemos una revelación de Jesús, cada vez que tenemos un encuentro con Jesús, cada vez que vemos algo nuevo en el corazón de Dios, somos transformados. Llegamos a ser un poco más como él. Cuando lo vemos como la religión lo presenta, no cambiamos. Pero cuando lo vemos como realmente es, somos cambiados. El Espíritu Santo viene a revelarnos a Jesús, y entonces cada vez que tenemos una nueva revelación de Jesús, el Espíritu Santo nos transforma de esa manera.

 ¡Qué hermoso! Al final, en el libro de Apocalipsis, dice: “Veremos su rostro.” (Apocalipsis 22:4) Veremos su rostro, y seremos semejantes a él. Vamos a ser completados en su imagen. ¡Y vamos a ser su familia para siempre!